Prof. Dr. Alcides Greca

Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario

 

 

 

 

Política universitaria

Alcides A. Greca

Siempre he pensado que la política debe quedar afuera de la Universidad. La política pequeña, partidista, accidental y contingente, desde luego. Pero hay otro tipo de política: la de las ideas generales, la de los grandes principios rectores. Ésa sí cabe en la Universidad; es más, ésa tiene en la Universidad su hogar más dilecto.

Cuando a veces me han preguntado los estudiantes cómo hago yo para diferenciar un tipo de otro de política, les he respondido siempre, y les repito ahora: debéis examinar cuidadosamente si la cuestión en debate es un problema del aquí y del ahora, o es en su esencia, un asunto de todos lados y de siempre. Sólo en este último caso, si es universal, es universitario y es nuestro deber traerlo a la Universidad.

David Staffieri (*)

Desde Aristóteles en adelante, muchos filósofos y pensadores han sostenido que la política es una de las actividades más excelsas del hombre. Vivir en la polis y ocuparse de cuanto pueda estar relacionado con sus condiciones generales de vida, resolver los problemas comunes y llevar a la acción lo que los intelectuales aprecian de la realidad, imaginar alternativas de superación e incluso vislumbrar el futuro, es a no dudarlo, tarea para elegidos. Solía decir Winston Churchill con su proverbial agudeza e ironía, que un político debe ser un hombre capaz de prever lo que ha de ocurrir mañana, dentro de unas semanas y el año próximo… y al cabo, debe ser igualmente capaz de explicar a sus conciudadanos por qué no ocurrió lo que él predijo.

El hombre común, hastiado hasta el hartazgo de los desaguisados de los gobernantes que le han tocado en suerte (aunque él los haya elegido, ejerciendo el libre albedrío) tiene en cambio otra visión de los políticos, que equivocadamente extrapola a la función cuando en realidad se trata solamente de atributos de ciertos funcionarios. Es así que es frecuente oír por doquier que la política es una manera rápida y segura de alcanzar bienestar económico, seguridad para el futuro (amasando una cuantiosa jubilación de privilegio) y en no pocos y lamentables casos, garantía de impunidad.

En casi todos los países, la mayor parte de quienes ejercen el gobierno ostentan título universitario. Esto, por supuesto, no es garantía de que sean capaces para la función pública ni de que puedan ejercerla con idoneidad. Y mucho menos es garantía de honestidad. Lo que Natura non da, Salamanca non presta.

Por otra parte, al menos en la Argentina, no se requiere para la función pública una capacitación acorde con el área que se ha de tener a cargo. Suele ser suficiente Currículum Vitae poder exhibir una larga militancia política. Hemos tenido oportunidad de ver a médicos a cargo de la Secretaría de Energía, ministros de Educación que nada han tenido que ver con las aulas y hasta ingenieros y contadores públicos en el Ministerio de Salud. Seguramente, algún memorioso hiperrealista se apurará a señalar que en esta última función también ha habido médicos que no lo han hecho mucho mejor. Y no ha de faltarle razón.

De todas maneras, directa o indirectamente, la Universidad ha estado siempre vinculada con el ejercicio del poder y por ende, con la política. Es por ello nada sorprendente que la actividad política impregne a los claustros universitarios. También es común y por cierto auspicioso, que jóvenes inteligentes e inquietos por los problemas de la sociedad en que viven se proyecten una vez graduados hacia la dirigencia política. Nada tiene esto de reprochable. No debe olvidarse que la Universidad se debe íntegramente a la sociedad y que entre sus funciones esenciales, no es menor, dotarla de una clase dirigente de alto nivel intelectual y ético.

Lamentablemente esta empinada función de la Universidad ha sido históricamente desvalorizada y malutilizada con otros fines por los propios universitarios. Los partidos políticos se han preocupado por ocupar lugares de poder en la Universidad y los militantes han sido mucho más representantes de los partidos en los claustros que voceros de los problemas universitarios ante sus partidos. Este verdadero efecto indeseable de la política en la Universidad ha postergado y con frecuencia esterilizado esfuerzos tendientes a la solución de los problemas universitarios como la definición clara del perfil de profesional que necesita el país, el encuadre adecuado de la investigación científica y el rol que debe cumplir en la sociedad de hoy la tecnología, el pensamiento y el arte.

Política en la Universidad no es sinónimo de política universitaria. Nuestras aulas están saturadas de búsqueda apasionada, encarnizada y no pocas veces obscena, de meros espacios de poder para sortear la contingencia. Ávidas están en cambio, de estatura intelectual, de grandeza de miras y de coherencia ética con el papel que la sociedad ha encomendado a los universitarios.

(*)Prestigioso catedrático de Clínica Médica. Nació en 1891 y murió en 1970. Fue Decano de la Facultad de Ciencias Médicas y Vicerrector de la Universidad Nacional del Litoral.



 

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