Prof. Dr. Alcides Greca

Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario

 

 

 

 

¿Qué es eso que llaman vocación? 

Alcides A. Greca

Es frecuente que cuando nos preguntan el motivo de la elección de nuestra profesión o actividad, hagamos alusión a la vocación. Aparentemente, la concebimos como una predestinación para hacer aquello que elegimos y la confundimos o superponemos su definición con la de nuestra preferencia, nuestras habilidades o nuestros intereses. El verbo latino vocare significa llamar. La vocación entonces, es un llamado. Igual origen e iguales implicaciones tienen las voces convocar (llamar a una tarea o empresa), provocar (llamar a alguna suerte de confrontación) u otras que aluden a llamados de la imaginación o la memoria como invocar o evocar.

¿Quién nos llama a través de la vocación? Seguramente, hay algo de creencia metafísica en ese sentirse llamado (convocado) acaso por un “ser superior” para realizar una misión que se nos figura trascendente.

Es muy común que sean médicos los hijos de médicos, que se sientan inclinados por la matemática y la física los hijos de ingenieros y que quieran dedicarse a la actuación los hijos de actores. ¿Existe acaso un gen de la vocación? ¿Los llamados superiores tienen agregación familiar? Cuesta aceptarlo, a menos que tengamos alguna tendencia muy pronunciada al pensamiento mágico o místico.

Es difícil que sienta vocación por la música aquél que no ha tenido contacto con ella desde pequeño o que no es capaz de acertar una simple nota con sus cuerdas vocales. No es común que creamos tener vocación para lo que no somos hábiles o lo que logramos solamente tras duros esfuerzos.

Los médicos, siempre con una inclinación, muy marcada en algunos, a la omnipotencia o la megalomanía (que nos hace enfrentarnos casi de continuo, nada menos que con la enfermedad y con la muerte), hablamos frecuentemente de nuestra vocación, de nuestra misión y de nuestro apostolado. Si fuéramos un poco más humildes y analizáramos las verdaderas motivaciones por las que elegimos la medicina, reconoceríamos que hubo alguna figura idealizada de nuestra niñez (nuestro padre o algún otro ser significativo para nosotros) al que nos quisimos parecer o nos hicieron amar la atención de enfermos porque alguien nos mostró su significación con alguna connotación de trascendencia. Es casi imposible amar lo que no se conoce; va de suyo que no podemos desarrollar interés o afición por actividades que nos han sido del todo ajenas.

Un prestigioso colega suele relatar su elección de la medicina en sus años de infancia, con una buena dosis de humor pero dejando entrever un mecanismo de pensamiento complejo e interesante. Su padre resultó una figura revestida de una imagen de gran autoridad y severidad. Era habitual que todos lo consultasen y que su palabra fuera ley no solamente para sus familiares directos sino también para otros que tenían con él una relación de subordinación laboral, intelectual o psicológica. Cierto día, ante una leve enfermedad, un médico acudió al domicilio a atender a este padre de perfiles majestuosos en la imaginación infantil de su hijo. El niño no tardó en percibir que el médico daba indicaciones y recomendaciones, e incluso reconvenía al paciente por su falta de disciplina en el cuidado de su salud. El padre asentía en silencio ante el discurso del médico, con verdadera sumisión. Ese día – nos decía hace un tiempo, entre risas, el colega mencionado – me dije a mí mismo: Yo quiero ser médico.

Cuando la inclinación no es muy definida al finalizar los estudios secundarios, época que encuentra a los jóvenes en plena adolescencia, es decir en un tiempo de indefinición, de ambivalencia y de cambio, suele recurrirse a tests de orientación vocacional. Es algo así como intentar descubrir si el muchachito o la muchachita en cuestión ha sido “llamado” a algo, o en último análisis, a qué ha sido llamado. Los resultados suelen ser pobres y decepcionantes para el/la indeciso/a, porque los mencionados tests no aciertan más que a decirle, de acuerdo a las preferencias que exprese, para qué cosas puede ser apto. Respuesta engañosa, si las hay, desde que un joven de mediana inteligencia suele tener aptitud para casi cualquier cosa que abrace con verdaderas ganas.

La palabra vocación es por lo general sobredimensionada y su significado sobreactuado con un afán de ser valorados por nuestros semejantes, tal vez de una manera exagerada. Con criterio de realidad, y con una buena dosis de humildad, sería bueno que aceptáramos que nadie ni nada nos “llama” a dejar una huella en la historia de la humanidad, como no sean los ejemplos que desde muy niños nos hicieron ver condiciones o habilidades de ciertas figuras fundamentales para nosotros que una vez llegados a adultos, nos dispusimos a imitar. En otros casos, por razones diversas estas figuras nos marcaron de tal manera que buscamos un ámbito distinto de desarrollo profesional con el explícito o inconfesado afán de diferenciarnos de ellas.

 

 

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