Prof. Dr. Alcides Greca

Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario

 

 

 

 

La enfermedad y sus nombres.

Novedades imaginarias y homenajes fallidos.

Alcides A. Greca

If you make up a different name,
For forms that just might be the same;
You can use the confusion,
To support the illusion
That the effort will add to you fame.

(Si da usted otra denominación,
A lo que puede ser igual,
Podrá usar la confusión,
Para sustentar su ilusión
De que el esfuerzo le dará reputación.)

Nominophilia
I. Doolitle Wright

Es siempre preocupación de los enfermos conocer el nombre de su padecimiento. Parecería, a primera vista, que la formulación de un diagnóstico y la adjudicación de una nominación para la enfermedad, podría tener un cierto efecto terapéutico, en tanto el paciente disminuye su carga de ansiedad (propia del enfrentamiento con lo desconocido), y se siente mejor pertrechado para lidiar con el problema.

Los médicos sentimos un reconfortante alivio cuando, aun en la incerteza de cómo proceder con el padecimiento de nuestro paciente, podemos al menos ponerle un nombre. Por el contrario, admitir que no sabemos muy bien de qué se trata, aunque tengamos muy claro lo que hay que hacer, nos perturba particularmente, sobre todo, cuando advertimos la expresión de desconcierto del enfermo.

Este desasosiego por el nominalismo ontológico acompaña a los médicos desde siempre, probablemente a partir de que la falta de palabras para denominar algo implica en buena medida la incapacidad para concebirlo y seguramente, también la dificultad para manejarlo. Algo así, como luchar contra un enemigo amenazante, que moviéndose en la sombras, nos aterroriza simplemente por no poder verlo y por dejarnos solamente la posibilidad de imaginar su poder destructivo. No es esta la única cuestión que desvela a los médicos en relación con el nombre de las enfermedades. Los textos y artículos que leemos son en su enorme mayoría de lengua inglesa y originados en los Estados Unidos. No debe sorprender en consecuencia, que la ideología estadounidense nos atraviese y nos influencie inevitablemente. Podemos comprender entonces sin demasiado esfuerzo, que así como los americanos son especialmente hábiles (tal vez más que cualquier otro en el mundo) para retomar antiguas obras maestras cinematográficas de diferentes orígenes y producir nuevas versiones ( remakes ), que en virtud de un agresivo marketing , llegan a hacer olvidar la versión original, aun cuando la nueva sea de notoria inferior calidad, en medicina ocurre algo parecido.

A falta de talento para descubrir nuevas entidades nosológicas, como ocurrió con tantas magistrales descripciones que el paso del tiempo no logró modificar ni arrojar al canasto del olvido (bástenos pensar en Parkinson, en Hodgkin, en Alzheimer, y en tantos otros), renominar antiguas enfermedades y fabricar la ilusión de novedades, resulta una tentación irresistible para la medicina actual. El Manual de Diagnóstico y Estadística de las Enfermedades Mentales (DSM) resulta probablemente el ejemplo más conspicuo. La neurosis obsesiva ya no es tal; ahora existe una “nueva entidad” denominada trastorno obsesivo-compulsivo. La crisis de angustia, con su frondosa sintomatología y su carga emocional que enfrenta al paciente con una muerte imaginaria, pero muerte al fin, “ha cambiado últimamente” y ahora es un crisis de pánico. Hasta situaciones otrora aceptadas con una cierta sonrisa, como la proverbial rebeldía adolescente, han sido renominadas y así hoy debemos hablar de un “trastorno oposicionista desafiante”. Por este camino, llegaremos a la inevitable conclusión de que todos somos, en cierta medida, enfermos mentales y lo que es peor, que todos necesitamos alguna droga psicotrópica, para volver a encuadrar en los borrosos y escurridizos límites de la normalidad.

Por último, un fenómeno notable de los últimos tiempos, es el relacionado con los homenajes que la medicina brinda a aquellos grandes observadores de enfermedades que con magistral capacidad narrativa, inmortalizaron descripciones que merecen llevar sus nombres. Con notable retraso, la comunidad médica, descubrió por ejemplo que Hans Reiter fue un criminal de guerra, que realizó experimentos éticamente condenables con seres humanos, por lo cual el epónimo “Síndrome de Reiter”, fue retirado de circulación. Su reemplazo por la genérica denominación de artritis reactiva, no solucionó el problema, por cuanto aunque utilizadas como sinónimos, son entidades que presentan varias diferencias. Un caso semejante es el de la granulomatosis de Wegener, epónimo que homenajea a Friedrich Wegener, otro criminal de la segunda guerra mundial, que falleció en 1990. El American College of Chest Physicians decidió retirarle en forma póstuma, en el año 2000, el premio “Master Clinician”, que le había otorgado ¡en 1989!

Parece por demás lógico que estos oscuros personajes no tengan sus nombres inscriptos en la historia de la medicina, pero no es menos cierto, que caer en la cuenta de estos errores, más de cincuenta años después, resulta a todas luces, de una lentitud exasperante. Cuando hoy hablamos de poliangeítis granulomatosa, a muchos les resulta difícil ubicar a qué enfermedad nos estamos refiriendo, y entonces debemos explicar… “Es lo que antes se llamaba granulomatosis de Wegener” y de tal forma el no deseado e inmerecido homenaje, se consuma fatalmente.

Los reumatólogos americanos han decidido como consecuencia de estos desaguisados, eliminar los epónimos de la nominación de las enfermedades y así una vez más, se cae en el retiro de los homenajes a los grandes médicos de antaño, por nuestra torpeza de homenajear a criminales. Vuelven a pagar, como tan a menudo ocurre, justos por pecadores.

Seamos los médicos más cuidadosos con las palabras, más precisos, más claros, más creativos, más justos y menos fantasiosos. La historia de la medicina y nuestros enfermos nos lo agradecerán.

 

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