Prof. Dr. Alcides Greca

Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario

 

 

 

 

La enfermedad en primera persona

A lo largo de los años de estudio durante la carrera médica, nos vamos familiarizando con alteraciones anatómicas, con modificaciones de los mecanismos fisiológicos que se transforman en factores patogénicos y tratamos de encontrar nexos vinculantes entre tales trastornos y los síntomas y signos que nos relatan los enfermos o que descubrimos en ellos al examinarlos. Buscamos también explicaciones racionales para los desvíos de la normalidad que muestran los exámenes de laboratorio y los modernísimos métodos de diagnóstico por imágenes.

Cuando, no sin un considerable gasto energético intelectual y físico, tras muchísimas horas de estudio, creemos conocer profundamente las enfermedades tanto en sus aspectos fisiopatológicos como anatómicos, intentamos planificar tratamientos y nos volvemos expertos en pronóstico. Creemos poder predecir la evolución de tales procesos hacia la curación, o hacia el empeoramiento y la muerte.

Por el método del ensayo y error, luego de haber equivocado las predicciones una y otra vez, luego de haber sufrido angustias y frustraciones reiteradamente, empezamos a preguntarnos si no hay alguna cuestión que se nos muestra esquiva y que por inasible, nos lleva al fracaso. Algunos siguen insistiendo en inquirir acerca de los signos y de los síntomas y en confiar en forma ciega en los recursos tecnológicos, sin llegar a entender por qué la misma enfermedad se desarrolla, se manifiesta y responde a los tratamientos de manera muy distinta de un enfermo a otro.

Nos damos cuenta entonces de que no podemos seguir hablando de las endocarditis, los linfomas o los infartos de miocardio que tenemos internados en el hospital, porque semejantes cosas no son más que constructos culturales que fabricamos los médicos para hablar un idioma común, pero que cada uno de esos enfermos que supuestamente padecen la misma enfermedad, son singularidades que debemos llegar a conocer para poder interpretarlas y la única herramienta válida para ello es la comunicación.

¿Comunicarnos con quién? ¿De quién se trata? ¿De qué manera se ha enfermado? ¿Qué significa para él estar enfermo? ¿Tiene expectativa de curación? ¿A qué le teme? ¿Por qué ha recurrido a nosotros? ¿Qué espera que le ofrezcamos?

Estos y otros muchos interrogantes aparecerán a lo largo de nuestro vínculo. Para que se abra de verdad el abanico de posibilidades que tenemos enfrente, enfermo y médico, es necesario que tengamos dos cuestiones en claro: a) cuando hablamos, decimos más que lo que podemos verbalizar, e incluso lo que queremos ocultar y lo hacemos, con gestos, con silencios, con miradas y hasta con posturas corporales que deberemos los médicos, aprender a reconocer; b) las respuestas a las inquisiciones que como médicos nos hacemos, sólo las tiene el enfermo. Es imprescindible que sepamos escuchar y preguntar con un oído inocente, es decir, sin imaginar ni dar por supuesta o descontada una determinada respuesta.

Cuando realmente logramos ese nivel de escucha profunda, la información que recogeremos no podrá menos que sorprendernos y nuestro horizonte diagnóstico se ensanchará de una manera insospechada y nos veremos enriquecidos al haber revalorizado una enorme cantidad de información que, aun estando frente a nuestros ojos, por mucho tiempo no supimos ver por haber confundido al enfermo con la enfermedad y haber avanzado por el camino equivocado.

En estos tiempos de deslumbramiento con la técnica sofisticada, llegaremos entonces a la conclusión de que la técnica de la narración y de la escucha, que le dan verdadera carnadura a la enfermedad y la transforman en un relato en primera persona, son en realidad los más importantes avances tecnológicos.


 

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