Prof. Dr. Alcides Greca

Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario

 

 

 

 

Trabajos prácticos de ética

Alcides A. Greca

La currícula de la Escuela Médica de Rosario vigente durante décadas y con la cual nos formamos muchas generaciones de médicos, ha sido tachada de academicista, escolástica, teorizante, divorciada de la realidad cotidiana y cimentada mucho más en la clase magistral que en la práctica. Podrá decirse en su favor que a pesar de todo, grandes médicos han sido producto de tal formación, pero sin duda este endeble argumento no será suficiente para amilanar a sus detractores. Es probable que respondan que al fin y al cabo, ésas fueron las excepciones que confirman la regla y redoblarán la apuesta diciendo que además, sólo se ha puesto bajo la lupa lo biológico sin siquiera echar una mirada aunque fuera de soslayo a lo humanístico y es probable, asimismo, que nos pregunten: ¿qué te han dicho de filosofía en la Facultad?, ¿qué te han enseñado de ética?

La nueva currícula, en la que todos, docentes y alumnos estamos dando los primeros pasos, está llamada a solucionar estas deficiencias: en todas las instancias de la carrera se teorizará sobre aspectos bio-éticos y temas como la manipulación genética, la clonación y aspectos éticos de la investigación con animales y con seres humanos, para mencionar sólo unos pocos ejemplos, serán abordados con suficiente profundidad. Es probable que nuestros alumnos deban nutrirse en textos tan antiguos y tan vigentes como la Ética de Platón, la Ética a Nicómaco aristotélica, pasando por Spinoza, por Kant y por tantos otros hasta llegar a los bioeticistas contemporáneos.

Pero qué ha pasado con la iatro-ética, es decir la ética de la práctica, aquélla que aplicamos todos los días y en cada uno de nuestros actos médicos. Esa siempre fue enseñada en nuestra Facultad. Aún cuando no se hayan dictado demasiadas clases y conferencias sino meras menciones circunstanciales, todos los docentes, y en particular los grandes maestros siempre han dado (aunque muchas veces sin siquiera saberlo) trabajos prácticos de ética.

En algunos casos (los menos) han señalado con sus actitudes y rectos procederes el camino a transitar, dejando una huella indeleble en los jóvenes que los rodeaban. En otros (la mayoría) han dejado en alumnos y discípulos ese sabor amargo de la contradicción, de la ruptura entre la prédica declamatoria y la praxis cotidiana. Con qué penosa desilusión hemos descubierto tantas veces dobleces oscuros y tenebrosos en figuras en las que habíamos depositado una admiración sin cortapisas. Cómo al bajarlos del pedestal y al acercarnos a la luz que irradiaban, descubrimos conos de sombras difíciles de comprender y de aceptar.

Es bien sabido que la intimidad descubre muchas miserias que el hombre civilizado sabe ocultar con cuidadas maneras. Será por eso que el dicho “No existe grande hombre para su ayuda de cámara” sigue manteniendo una inalterable vigencia. Será por eso también, que a medida que crecemos y que vamos envejeciendo, cada vez admiramos sin retaceos a un número más reducido de personas. Es posible que esto se deba a que la maduración de nuestro pensamiento nos lleve ineludiblemente a reemplazar las idealizaciones por la valoración crítica, pero convengamos en que sería deseable que la ética que enseñamos (y todos la enseñamos) no se quede sólo en las aulas y en los ensayos literarios. Sería deseable en suma, que cada docente de nuestra escuela médica fuera en la práctica y desde la ética un auténtico modelo de identificación.

 

 

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