Acerca de la grafía
de la disglucia y de la construcción del conocimiento
Alcides A. Greca
¿Disglucia
o disglusia? La pregunta suscitó polémica en nuestro grupo de
trabajo. No existían dudas en cuanto a su significado y a sus
causas; dis: dificultad, glucia: relativo a la deglución. Es
decir que se trata de la dificultad para deglutir. Sí, en cambio
se discutió un buen tiempo si correspondía escribir la palabra
con “c” o con “s”. Proviene de deglución decían algunos, por lo
tanto debe escribirse con “c”. Está involucrada la base de la
lengua, argumentaban otros y entonces gloso = lengua: debe
escribirse con “s”. En numerosas publicaciones médicas se
escribe disglucia y en otras, disglusia.
En casos
semejantes, nada mejor que recurrir al diccionario. Primera
sorpresa: La última edición del Diccionario de la Real Academia
de la Lengua Española no tiene ni noticia de la disglucia. El
nuevo Diccionario Panhispánico de Dudas, tampoco.
La
curiosidad y el tesón de uno de los miembros de nuestro equipo y
la posibilidad de comunicación al instante que nos ofrece
Internet, nos llevó a hacer una consulta directa a la Sección
“Español al día” de la Real Academia. Segunda sorpresa: La
respuesta (muy rápida por cierto) fue que la palabra en cuestión
no figura en los diccionarios médicos consultados y que en
consecuencia, debe usarse disfagia en su lugar.
Enviamos
un nuevo mensaje diciendo que disfagia y disglucia no significan
lo mismo, que sus causas son diferentes y que la palabra
disglucia existe, pese a lo que dice la Academia. Volvimos a
tener una rápida y atenta respuesta donde, sin hacer análisis
etimológico alguno, se nos dijo simplemente que por ser de una
voz inexistente (¿?) nada podían decirnos de su grafía. En otras
palabras, escríbanla como quieran.
Los
académicos de la lengua nos hicieron, sin embargo, una curiosa
sugerencia. Tratándose quizás de un argentinismo (¿?), sería
interesante consultar a la Academia Argentina de Letras.
Decidimos no darnos por vencidos, e Internet mediante, hicimos
la consulta de marras.
Tercera
sorpresa: Se nos respondió en el mismo sentido que lo hizo la
RAE, pero con un sugestivo agregado. ¿Por qué razón hacen esta
consulta?; ¿es por alguna cuestión legal? La pregunta nuestra
es: ¿resulta tan llamativo que alguien haga una consulta
simplemente para saber?; ¿despierta esto alguna sospecha en la
Argentina?
Este nimio
episodio plantea, enmascarada en su propia pequeñez, una
cuestión de fondo. ¿Cómo se busca, cómo se encuentra, cómo se
impone y cómo se acepta el conocimiento?
Preguntar
lo que no se conoce es sin duda, una práctica saludable y
recomendable. Recurrir a los expertos parece también una vía
adecuada, cuando las fuentes bibliográficas a nuestro alcance no
son suficientes para aclarar el problema. Responder evasivamente
es una forma críptica de intentar ocultar (desnudando en cambio)
nuestra ignorancia. Y negar la existencia de algo, porque hemos
olvidado incluirlo en nuestras clasificaciones o simplemente
porque no nos habíamos percatado de su existencia, se parece
mucho a la actitud del avestruz que esconde su cabeza,
pretendiendo ignorar la realidad, causando risa a los hombres de
campo. Lo mismo hacen algunos médicos cuando, intentando
tranquilizar al paciente que los consulta, le dicen con fingida
seguridad: “Esto no es nada, mi amigo, ¡no se preocupe!”,
ocultando que ignoran supinamente de qué se trata.
Resulta
decepcionante que estos lamentables procedimientos sean
compartidos por instituciones de tanto prestigio como la Real
Academia de la Lengua Española y la Academia Argentina de
Letras.
La
aceptación pasiva y acrítica de estas imposiciones intelectuales
(Utilicen otra palabra, porque la que utilizan no nos resulta
conocida), sólo tiende a fomentar y a sostener la ignorancia.
¡Cuánto más auspicioso, enriquecedor y recomendable resultaría
que los señores académicos aprendieran a decir “no sé”, “lo
había olvidado” y “gracias por su aporte”. Sin duda siempre,
para bien y para mal, todos podemos aprender de todos.
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