ALGO MÁS SOBRE LAS ENSEÑANZAS DE LA NUEVA GRIPE
Alcides A. Greca
Caminante, no hay camino,
se
hace camino al andar.
Antonio Machado
Argentina se encuentra transcurriendo o a punto de
atravesar el pico del brote epidémico del virus de la influenza
A (H1N1), siendo incierto hasta cuándo pueda prolongarse la
aparición de nuevos casos. Las evoluciones fatales han sido muy
preocupantes por cuanto un porcentaje (aunque bajo, no
despreciable) de pacientes no presentaba los tradicionales
factores de riesgo. Los numerosísimos enfermos atacados por el
virus que tuvieron una evolución completamente benigna han sido
mucho más afectados por el pánico que por la enfermedad. Los
médicos, consultados seguramente en exceso por procesos febriles
respiratorios que en otras circunstancias no hubieran sido
motivo de preocupación, se han sentido desbordados, temerosos,
en riesgo de ser contagiados y de pasar a engrosar las pequeñas
pero amenazantes cifras de casos con evolución a la neumonía
severa bilateral e insuficiencia respiratoria.
Desde hace varias semanas, la gripe A (H1N1) ha sido
tema excluyente en periódicos, revistas de divulgación general,
programas radiofónicos y televisivos. Los opinantes han sido
ministros, funcionarios del área sanitaria, infectólogos varios
y otros colegas considerados expertos. El público general, no
médico, hace pequeñas disertaciones de entrecasa sobre los
componentes génicos del virus, sobre su infectividad, sobre el
cuadro clínico de la influenza estacional y de la nueva, su
tratamiento, su profilaxis y varios otros aspectos estrictamente
técnicos, que habitualmente son tema de discusión en ámbitos
médicos pero no en charlas de café. De las intervenciones de
quienes se supone que deben dar pautas claras de conducta
preventiva han surgido numerosos datos que al común de la
población se les tornan ininteligibles, a saber: a) el número de
casos (sospechosos, confirmados, graves, fatales) ha sido
informado con una variabilidad tan enorme que los hace
difícilmente creíbles, b) una vez desatado el brote, con
circulación amplia del virus y cuando ya a ojos vista ninguna
medida de distanciamiento social podría contenerlo, se recomendó
enfáticamente observar tales medidas y se suspendieron diversas
actividades como funciones teatrales o cinematográficas y clases
en escuelas y universidades; sorprendentemente, no se actuó de
igual manera en relación con actos eleccionarios y espectáculos
deportivos, c) se aconsejó permanecer en domicilio haciendo
reposo en algunos casos y en otros, consultar en las guardias de
los hospitales ante el más mínimo síntoma de virosis
respiratoria, lo cual convirtió en un verdadero pandemonium
a tales recintos, d) el uso de barbijo fue aconsejado de manera
harto variable y contradictoria, e) la indicación del antiviral
oseltamivir, recomendada de forma no menos azarosa.
La confusión y el temor se apoderó de la población y
muchos médicos, ante mensajes tan disímiles, optaron por actuar
según su leal saber y entender. Muchos pacientes, lamentable
pero comprensiblemente, cuando pudieron hacerse de unos pocos
comprimidos del fármaco no dudaron en automedicarse,
exponiéndose a no pocos ni poco importantes efectos adversos de
la medicación.
Finalmente, ministros y funcionarios reconocieron
que habían dado la información en forma sesgada e incompleta y
que debían sincerarla y los expertos hablaron de un virus
totalmente nuevo sobre el cual se debía aprender sobre la
marcha.
Más allá de lo que esta enfermedad, que antes o
después se autolimitará, pueda dejarnos como experiencia en lo
estrictamente técnico-científico, creo que hay otras enseñanzas
invalorables que se deben recoger y atesorar para el futuro en
lo social y en lo individual. En situaciones de crisis es
imprescindible un timón único en la conducción del problema. El
estado deliberativo conduce a la anarquía y contribuye a la
confusión. Cuando a una sociedad se le dan mensajes dudosos y
contradictorios, sólo el temor puede adueñarse de la situación y
comenzar a producirse las conductas irreflexivas e irracionales
propias de la alienación. Algo parecido sucede cuando un
enfermo, además de lidiar con la incertidumbre y la angustia que
su enfermedad le provoca, se ve enfrentado a mensajes
discordantes de distintos médicos que están más proclives a
hablar que a escuchar y callar. La ansiedad resultante suele ser
el vehículo en que llegan raudamente las decisiones equivocadas
y las consecuencias negativas, no pocas veces irreparables.
Algún día seguramente cercano, aunque nadie sabe a
ciencia cierta cuándo, nuestro país deberá superar el
aislamiento social y volver a la normalidad. La educación
escolar y universitaria deberán recomenzar, los espectáculos y
viajes desarrollarse como siempre ha ocurrido y los seres
humanos volver a vincularse afectiva y solidariamente sin temor
a morir en el intento. Para que todo lo aconsejado hasta ahora
acerca del aislamiento social haya tenido coherencia, es de
esperar que esto suceda cuando el nuevo virus se haya aquietado
y no por un simple decreto gubernamental.
Profesor Titular Dr.
Alcides A. Greca
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