LOS
MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y LA SALUD
Alcides A. Greca
En
realidad, desconozco si este descubrimiento
tendrá algún día aplicación en la medicina.
Alexander Fleming (1881-1955)
Premio Nobel de Medicina 1945
Palabras pronunciadas cuando acababa de descubrir la penicilina.
En los tiempos que corren, el derecho a la
información rápida, veraz y confiable es fundamental en toda
sociedad. A las nuevas generaciones seguramente se les hará
cuento que existió una época, distante sólo algunas décadas de
la actual, en que los acontecimientos ocurridos a un lado del
océano eran conocidos en el otro, semanas o meses después y por
lo general, modificados, distorsionados o en el peor de los
casos, deliberadamente manipulados. A cualquier observador poco
advertido podrá parecerle que en la actualidad, con la
existencia de múltiples satélites de comunicaciones (acaso el
legado más importante de la exploración del espacio), estas
manipulaciones son casi imposibles, habida cuenta de que un
acontecimiento que tiene lugar en cualquier parte del mundo, es
transmitido y visto en forma directa y en tiempo real en el
resto del planeta.
Los medios de comunicación, con la enorme ayuda de
los contactos a escala planetaria por medio de Internet, son sin
lugar a dudas protagonistas fundamentales de nuestra época. Los
periódicos editados en forma digital pueden ser leídos desde el
sitio más remoto y en forma instantánea, con la sola condición
de tener una computadora y un acceso a Internet. En buena
medida, la tan mentada globalización, de la que se habla a
diario, se ha cimentado en esta información ultraveloz. No debe
olvidarse, sin embargo, que pese a lo que pueda suponerse, el
acceso a la informática sigue siendo muy minoritario y
restringido si se considera en conjunto a la población mundial,
que en un elevado porcentaje sigue padeciendo pobreza extrema y
marginación. Consecuentemente, la globalización ha sido una
fantasía masivamente aceptada, pese a estar permanentemente
desmentida por la realidad.
De todas maneras, el poder de los medios de
comunicación en la formación de la opinión pública es enorme.
Como todo poder, puede estar al servicio del bienestar de la
comunidad y ser un importantísimo engranaje del progreso social
o defendiendo oscuros intereses políticos y económicos y causar
daños incalculables. En lo que se refiere a la salud, vemos
cotidianamente como coexisten y conviven sin que sea fácil
diferenciarlos, comunicadores responsables junto a oportunistas
que fabrican y distorsionan datos jugando con la angustia, la
esperanza y la necesidad de alivio físico y espiritual de los
enfermos que creen buenamente que toda la información que se les
ofrece masivamente tiene el mismo nivel de seriedad y de
credibilidad.
Por desgracia esto dista mucho de ser así y
numerosas noticias acerca de novedades en investigación
biomédica que se encuentra en etapas muy iniciales de desarrollo
y por ende, aunque puedan ser esperanzadoras, de ninguna manera
pueden ser utilizadas como recomendación para su aplicación en
seres humanos. Poco importa que se eleven voces de científicos
serios llamando a la mesura y la prudencia, como lo hacía
Fleming, que lejos de subirse al carro triunfal de la vanidad,
sólo recomendaba observar y esperar. El tiempo y su transcurrir
son fundamentales para un científico. Numerosos hallazgos que
parecieron revolucionarios quedaron relegados al olvido a medida
que comenzaron a conocerse nuevas verificaciones. Muy diferente
es la situación en la comunicación masiva; no se puede esperar
los mismos plazos y la venta de un medio periodístico o el
rating televisivo es en muchos casos más importante que los
hallazgos científicos debidamente documentados, aun a costa de
generar falsas expectativas e ilusiones infundadas en la
población.
¿Existe alguna manera de poner límite a esta
deplorable tendencia que se verifica en todo el mundo? Debemos
reconocer que ante tan poderosa maquinaria toda lucha resulta
fatalmente desigual. Sin embargo, creo que existe una forma,
acaso con buenas posibilidades de éxito, de enfrentar el
problema. Es menester que las Universidades y las instituciones
médicas reconocidas como las Sociedades Científicas se pongan al
frente de la información a la comunidad; que los expertos
auténticos, otrora remisos a aparecer por radio y televisión, no
deserten de esta importante responsabilidad y asesoren
seriamente a los gobiernos y a las entidades no gubernamentales,
denunciando abiertamente y sin dobleces cuando no son
escuchados. Porque es evidente que ningún espacio queda vacío y
donde los investigadores genuinos que no responden a ningún
interés espurio (que los hay y no son pocos) hacen silencio,
toman la palabra los ineptos y los deshonestos.
|