EL
TIEMPO EN LA CONSULTA
Alcides A. Greca
Hoy
atenderé a cuatro pacientes.
Tengo para toda la tarde.
Atribuido al Dr. Juan Manuel González,
distinguido clínico de Rosario, hace unos cuantos años.
Es frecuente escuchar referencias a las
prolongadas consultas de los clínicos de antaño. La posibilidad
de una entrevista distendida, con una conversación minuciosa que
abarcaba aspectos que no se remitían solamente a los síntomas
sino también a la manera de vivir, a los avatares, alegrías,
angustias y dolores de la vida cotidiana, sin olvidar un
exhaustivo examen físico, eran hace algunas décadas moneda
corriente. En algunos casos existía tiempo incluso, para la
realización de algunos exámenes de laboratorio en el propio
consultorio o para un vistazo con radioscopia. El médico
disponía de tiempo y su trabajo era reconocido y bien
remunerado.
El mundo de hoy, presa de una marcada
aceleración en todos los ámbitos, que ha hecho de la inmediatez
un modus vivendi generalizado, tal vez como consecuencia lógica
de las comunicaciones globales e instantáneas a través de
Internet, hace de estas historias, verdaderas piezas de museo.
Además, ¿cómo no recordarlo?, la precarización del trabajo
médico como resultante de un sistema de atención donde nuevos
actores, como las empresas gerenciadoras de salud, se han
interpuesto entre el médico y el enfermo, priorizando ante todo,
la productividad, cada vez quita más tiempo para la consulta.
El médico, en particular cuando es joven y
recién inicia su práctica, se siente urgido por la larga lista
que le espera, hace unas pocas y estereotipadas preguntas,
minimiza el examen clínico (¡existen por suerte ecografías,
tomografías y resonancias!), pasa rápidamente a solicitar una
lista bastante extensa de exámenes de laboratorio…. Y pase el
que sigue.
Las consecuencias son fáciles de imaginar: Un
paciente que se va insatisfecho, con la clara sensación de que
habló lo mínimo indispensable sin poder comunicarse demasiado, y
con una pregunta torturante: “¿Habrá escuchado lo que le dije?”
El médico a su turno, tras repetir el proceso en forma mecánica
una y otra vez, va cayendo inexorablemente en el hastío.
“Lo que ocurre es que el enfermo viene nada más
que a que le den la pastillita que le solucione el problema y no
tiene ganas de contar ni de que le pregunten mucho”, dice el
médico convencido y por sobre todo “¿Cómo me voy a poner a
averiguar sobre su vida, si tengo que verlo en diez minutos,
diagnosticar lo que le pasa y tratarlo?”
En realidad, se trata de una verdad a medias
(escasez de tiempo) y una autojustificación (el paciente no
quiere otra cosa). En cuanto a la primera, en particular para
los clínicos, la relación con los pacientes suele ser
prolongada, a veces de muchos años y la historia de vida no
necesita ser contada ni escuchada en una única consulta. Por lo
general, el paciente acepta de buen grado que se le señale que
determinado punto del relato requiere más indagación y que se
volverá sobre él en una futura consulta. Son pocas las
situaciones de urgencia que no permiten esta saludable práctica.
A menudo, las verdaderas razones que han llevado a la enfermedad
aparecen nítidas sólo después de unas cuantas entrevistas.
Además, el examen físico no debe omitirse nunca, aun cuando no
sea imprescindible para desentrañar las características del
síntoma que puede mostrarse fácilmente en el relato del enfermo.
Sin caer en las revisaciones agotadoras de antaño, el paciente
espera ser examinado y dicho examen tiene en sí mismo una
cualidad terapéutica.
La información que nos proporciona la historia
biográfica no es difícil de obtener ni es remiso el paciente a
brindarla. El médico a menudo no la investiga sencillamente
porque muchas veces no sabe qué hacer con ella. Pero es esencial
que se prepare para escuchar relatos (una buena manera puede ser
leerlos, sobre todo cuando son obra de grandes escritores)
porque en esas historias suele haber claves mucho más
importantes que en los datos que brinda la tecnología. El ser
humano es tan complejo que carece de toda lógica reducirlo a la
alteración de un simple mecanismo biológico.
En cuanto al tiempo, multiplicar los encuentros
sin renunciar a las historias es algo en lo que médico y
paciente encontrarán placer y satisfacción; éste, porque se
sabrá escuchado, comprendido y tenido en cuenta; aquél, porque
se sentirá realizando una tarea humanizada, multifacética y
enriquecedora. |