La
injuria pulmonar aguda es la causa más frecuente de
asistencia respiratoria mecánica en las unidades de
cuidados intensivos. Su importancia radica no sólo en
este hecho sino también en representar uno de los
cuadros con mayor mortalidad. Ambas situaciones, alta
frecuencia y alta mortalidad, la han convertido en uno
de los problemas que más preocupa a los médicos
intensivistas[1].
En los últimos 25 años se han multiplicado los estudios
tendientes a encontrar estrategias terapéuticas que
consigan disminuir la mortalidad. Los hubo relacionados
con su probable fisiopatología inflamatoria, y es así
como se probaron: el uso de corticoesteroides[2], el uso
de drogas antiinflamatorias no esteroides[3], el uso de
anticuerpos anti-factor de necrosis tumoral, entre
otros. También se intentó obtener esos resultados
mediante la manipulación del aporte de fluidos[4], o
mediante la manipulación de la reactividad vascular con
drogas[5] o con gases (como el Óxido Nítrico[6]). La
aplicación de éstas y de otras tecnologías no
ventilatorias, no demostró ser eficaz en términos de
disminución de la mortalidad. Distinta pareció ser la
suerte de la asistencia respiratoria mecánica (ARM).
Desde la descripción del SDRA, en 1967, la única
estrategia terapéutica eficaz en el tratamiento de este
cuadro fue el tratamiento de la o las causas
desencadenantes, mientras que se utilizaba la ARM como
soporte ante la insuficiencia respiratoria. Sin embargo,
ya en su descripción original se postulaba que el uso de
presión positiva al fin de la espiración (PEEP) parecía
mejorar la evolución de algunos parámetros que se
utilizaban para monitorear la función respiratoria, en
particular la oxigenación[7] [8].
Fue así como en los años subsiguientes la forma en que
se realizaba la ARM en este cuadro fue un fenómeno que
motivó múltiples investigaciones, las cuales fueron
aportando valiosa información que fue más allá de meros
aspectos técnicos y permitieron conocer en profundidad
las alteraciones fisiopatológicas del SDRA.
Con ellas aprendimos el carácter heterogéneo del daño
pulmonar, con mayor compromiso de las zonas posteriores
del pulmón y la aparente normalidad (al menos en sus
características mecánicas) de las zonas anteriores del
pulmón (concepto de pulmón de bebe[9]); el daño pulmonar
inducido por la ventilación mecánica (concepto de
injuria pulmonar inducida por la ventilación, o VILI por
sus siglas en inglés[10],[11]), ya sea por excesiva
presión (barotrauma8), excesivo volumen (volutrauma[12])
o por favorecer el colapso alveolar (atelectrauma9); la
necesidad de tolerar altos niveles de PaCO2 y de no
intentar corregirlos mediante el aumento del volumen
corriente utilizado (concepto de hipercapnia
permisiva[13]); la posibilidad de modificar la
superficie pulmonar con capacidad de intercambio gaseoso
mediante el uso de maniobras de reclutamiento seguido
del uso de niveles de PEEP que sostuvieran el nuevo
estado alcanzado (concepto de abrir el pulmón y
mantenerlo abierto[14]).
Cada uno de estos avances permitió elaborar estrategias
ventilatorias específicas: así, al hallazgo de un pulmón
dañado en forma heterogénea con una pequeña zona normal
que se injuriaba aún más con la ARM, se respondió
disminuyendo los volúmenes corrientes suministrados, y
se limitó la presión meseta alcanzada. De igual forma se
sugirió tolerar el aumento en los niveles de CO2 que
eran producidos por el bajo volumen corriente y el
descenso de los niveles de presión alcanzados. La idea
de modificar la superficie pulmonar mediante maniobras
de reclutamiento y el uso de niveles de PEEP suficientes
para mantener el nuevo estado, encontró mayor
resistencia para ser aceptada y no lo fue en forma
generalizada hasta la descripción del concepto de
potencial de reclutamiento[15].
Si bien toda esta información, producto del esfuerzo de
muchos investigadores, conformó un cuerpo de
conocimientos que permitía modificar nuestra estrategia
ventilatoria, las medidas propuestas tomadas
aisladamente no alcanzaban para elaborar un nuevo
paradigma de la forma en que debíamos aplicar la ARM.
Este nuevo nivel de comprensión recién se alcanzó cuando
un grupo de investigadores elaboró una estrategia que
incluyó estos conceptos bajo el nombre de Concepto de
Apertura Pulmonar (Open Lung Approach[16]) y la sometió
a prueba en una población de pacientes con SDRA al
compararla con una estrategia ventilatoria convencional.
Los buenos resultados obtenidos les permitió ampliar el
grupo de pacientes y publicar un trabajo en el año 1998,
en donde por primera vez se pudo demostrar la
disminución de la mortalidad de una población con SDRA
mediante el uso de una estrategia terapéutica
específica. Para que esta hipótesis fuera aceptada debía
ser reproducida por otro grupo de investigadores.
Esto sucedió en el año 2000, cuando, con algunas
variaciones, la experiencia pudo ser reproducida en una
investigación llevada adelante por un grupo de
hospitales norteamericanos agrupados en la ARDS network[17]
y, en el año 2006, por el grupo ARIES de hospitales
españoles[18]. Con ello pareció establecerse que la
ARM había dejado atrás la idea de ser un mero soporte
respiratorio para convertirse en una herramienta cuyo
uso apropiado podía mejorar el pronóstico del
paciente[19].
Si debiera responderse en este punto y bajo esta visión
la pregunta que titula este escrito, la respuesta no
puede ser otra que sí, que efectivamente la mortalidad
del SDRA ha disminuido gracias al uso de nuevas
estrategias ventilatorias.
Sin embargo, trabajos posteriores con un análisis
estadístico más refinado han puesto un manto de duda
sobre esta conclusión.
El trabajo recientemente publicado de J. Phua y
colaboradores estableció, mediante el análisis
sistemático de los estudios publicados sobre SDRA entre
1984 y 2006, que la mortalidad no ha variado
significativamente en el tiempo, con un promedio global
de 44.3%[20]. Sin embargo, también queda establecido en
dicho trabajo que los estudios controlados randomizados
tuvieron menos mortalidad que los estudios
observacionales (37.5% vs 48.2%, p<0.001). Este hallazgo
revela dos situaciones a tener en cuenta. En primer
lugar los estudios con población control realizan una
selección mucho más estricta de pacientes, y así es como
en este estudio se muestra que el 86% de los estudios
controlados tuvieron estrictos criterios de exclusión,
mientras que sólo lo tuvieron el 21% de los
observacionales (p<0.001). La segunda, en cambio, puede
guardar relación con la dificultad, en los trabajos
observacionales, de homogeneizar los tratamientos y en
especial la ARM. En este sentido, de los estudios
analizados sólo el 45% de los observacionales
especificaron la estrategia ventilatoria, mientras que
en el 97% de aquellos que fueron controlados y
randomizados se definió detalladamente esta estrategia.
En nuestra opinión es conveniente atender a la duda
planteada por el trabajo de J.Phua, aunque no por los
resultados estadísticos argumentados, que no
consideramos suficientes como para descartar los grandes
avances obtenidos en la aplicación de la ARM en
pacientes con SDRA, sino para sostener la visión
científica de un fenómeno complejo (a).
En nuestra opinión no hay duda acerca de la utilidad de
conocer en detalle cada uno de los avances descritos y,
en especial, aquellos que surgieron de una síntesis de
todos ellos y nos entregaron nuevas herramientas para
enfrentar tan difícil tarea. Pero también consideramos
que esta visión es demasiado estrecha y por ende
inapropiada para un fenómeno de tal magnitud.
No creemos que sea apropiado, ante algo tan complejo
como lo es un paciente en estado crítico con múltiples
sistemas en falla y entre ellos su sistema respiratorio,
el intento de dar con una única herramienta, sea ésta
ventilatoria o no, que nos permita caer en la ilusión de
haberlo transformado en algo sencillo (b).
Referencias:
(a) Complejo: del lat. complexus, compuesto de
dos o más partes, de complecti, de complectere,
abrazar, enlazar, de com-, juntos, y plectere,
trenzar, del indoeuropeo plek-, trenzar, plegar,
doblar.
[21]
(b) Sencillo: no compuesto, del lat. singulus,
uno solo, único, aislado, del indoeuropeo sem-. [21]
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