El médico es responsable.
La salud y la enfermedad dependen de numerosas variables, entre las cuales, el accionar del médico es tan solo una más. Las condiciones sociales, económicas y culturales, como así también las políticas sanitarias desarrolladas por el estado, condicionan decisivamente la aparición o la erradicación de enfermedades. Baste recordar, simplemente, a modo de ejemplo, lo que significó en la historia, el adecuado control de la eliminación de las excretas en cuanto al manejo de las infecciones entéricas.
Además, existen numerosas situaciones que conspiran contra el resultado de la atención de un enfermo, que claramente exceden al médico. Las carencias de los efectores públicos y las limitaciones impuestas por un criterio economicista del “cuidado gerenciado de la salud” en el medio privado, hacen que a menudo no se pueda ofrecer al enfermo la mejor opción para su tratamiento.
El médico, por diversas razones de índole ideológica, tiene incorporado el concepto de que es él, el único responsable de la suerte que le toque al enfermo que asiste y en una construcción imaginaria, llega a alimentar la ilusión de que su vida y su muerte son de su exclusiva competencia. Esta falacia omnipotente y narcisista, alimentada por los propios médicos y que es particularmente notable en los que nos dedicamos a la Clínica Médica, tiene un costo elevadísimo para el médico, en términos de su propia salud.
La autoprotección indispensable requiere en primer lugar, que el profesional resigne omnipotencia y narcisismo y acepte humildemente que su función es ayudar, en función de una práctica basada en la sólida formación técnica y en la inclaudicable guía ética, pero que no todo es su responsabilidad. Señalar la del estado y la de las instituciones intermedias, sí es su obligación para que éstos asuman la parte que les corresponde, pero no debe constituir el origen de un sentimiento de frustración. Perseguir imposibles condena siempre al fracaso y a la autodesvalorización.