ABORDAJE GENERAL DEL PACIENTE AGITADO
Como
hemos visto, hay una amplia variedad de circunstancias
en las que los pacientes pueden presentar agitación, es
por esto que se torna difícil determinar reglas
estrictas o conductas fijas para la atención de estos
casos. Sin embargo, es necesario contar con una
protocolización mínima que permita disminuir el impacto
institucional y profesional que estos pacientes
presentan, y a la vez reducir el riesgo de demandas de
responsabilidad profesional (9). Es necesario que el
lector tenga en cuenta que la secuencia que se expondrá
a continuación no debe cumplirse estrictamente, sino que
se tendrán presentes las particularidades clínicas del
caso específico.
1-
Control de la
conducta/medidas de seguridad:
como primera
medida hay que tener en cuenta la seguridad, tanto la
del personal interviniente como la del entrevistado.
Este afianzamiento de la seguridad debe ser iniciado
(siempre que fuese posible) por el ambiente donde la
atención se llevará cabo. El consultorio debe contar con
muebles sólidos y pesados, estando despejados de objetos
de vidrios y decoración, que puedan resultar aptos como
proyectiles. Asimismo se deberá cuidar la presencia de
elementos de curación, cables o equipo quirúrgico,
puertas y ventanas de vidrio, etc. Idealmente debería
contar con dos puertas sin traba. En caso de una puerta,
el/los entrevistador/es, deberá/n tener acceso a ella.
También, es importante tener un sistema de llamada al
exterior para situaciones de emergencia. Si la
situación lo permite, la entrevista se realizará a solas
con el paciente y el médico se situará a una distancia
prudente del mismo. El acompañante podrá estar presente
si actúa como elemento tranquilizador. Si el riesgo de
violencia es elevado, el encuentro será con la puerta
abierta y con otras personas fuera próximos a la puerta,
o incluso de pie y presentes en la habitación. Hay que
recordar no exponerse a riesgos innecesarios. En casos
extremos no esperar a que se presente una situación
conflictiva para avisar al personal de seguridad o
policía (9).
Antes
de tomar contacto por primera vez con el paciente, el
entrevistador deberá intentar conocer todo lo posible
sobre el mismo, a fin de valorar el riesgo de la
situación y adoptar las siguientes medidas de seguridad
personal:
·
Quitarse collares, aros, anteojos, corbatas o pañuelos
antes de iniciar entrevista, evitando el uso de todo
objeto que pueda ser utilizado como arma (ejemplo:
lapicera)
·
Avisar al equipo tratante sobre entrevista con posible
riesgo
·
No examinar jamás a pacientes que se encuentran armados
·
Nunca dar la espalda a paciente agitado o violento
·
Dirigirse al paciente de manera calma y pausada,
mostrando interés en su relato, nunca ignorar ni
criticar lo que comunique, manteniendo las manos a la
vista (para evitar sospechas y reaccionar rápidamente
para defensa ante una agresión)
·
Evitar movimientos bruscos o súbitos, iniciando, en la
medida de lo posible, la entrevista con temas neutrales
o secundarios, y no con aquellos referentes al
comportamiento del paciente
·
Nunca intentar “tocar” al paciente
Por
otra parte el entrevistador deberá estar atento a la
presencia de los siguientes factores predictores de auto
o heteroagresividad, basados en la observación de la
conducta, información brindada por acompañantes,
historia previa y el juicio clínico:
2-
Intervención para el
control de la conducta (contención):
las
medidas de contención son el elemento básico inicial
para intentar controlar la agitación, se deberá tener en
cuenta que son un medio y no un fin en sí mismas, ya que
deben ayudar a posibilitar la evaluación, diagnóstico y
tratamiento. Se sugiere la siguiente secuencia:
·
Contención verbal: si fuese posible, se constituye en el primer paso. Debe transmitirse al
enfermo que se lo está tratando de ayudar frente a su
enfermedad, evitando mostrar miedo para lo que se torna
esencial disponer de las medidas de seguridad ya
enunciadas, mostrándose permanentemente en control de la
situación. Presentarse siempre como médico, sin mirar
fijo a los ojos, usando un tono de voz calmo y neutro,
escuchando y dejando hablar al paciente, utilizando
preguntas cortas y directas, sin confrontar, discutir o
desafiar al paciente. En caso de actitudes generadoras
de miedo en el profesional, puede ser de utilidad
comentarle al paciente que su conducta inadecuada genera
temor.
Este
tipo de contención puede ser efectiva en pacientes con
agitación no psicótica y no asociada a Delirium. Es poco
útil en dichos casos, en las cuales es necesario tomar
las medidas que se presentarán a continuación.
·
Contención
física/mecánica:
es un procedimiento que permite limitar los movimientos
mediante sistema de inmovilización física. Se aplica
ante fracaso de la medida anterior, o por seguridad,
tanto del paciente como el entorno. Debe ser siempre
temporal hasta lograr el control conductual o el
resultado farmacológico esperado. En ancianos puede ser
más efectiva y más segura que la sedación farmacológica.
Jamás debe ser aplicado como castigo o medida de
coerción. Es necesario contar con un equipo de no menos
de cinco personas para realizarla. Es mejor utilizar
correas comercializadas de cuero o material textil, que
vendas, sabanas o similares. De no disponer de un
dispositivo especifico, es necesario utilizar materiales
que por su contextura y dimensiones no lastimen la piel
ni comprometan la circulación. Los nudos utilizados
deben ser de fácil remoción, y la contención debe ser
realizada en un ámbito separado de otros pacientes o
familiares.
Técnica: el
jefe del equipo, que ocupará la cabeza del enfermo,
indicará al paciente de modo claro, firme y asertivo que
se va a proceder a su inmovilización, el equipo contará
con una persona por cada extremidad y otro para el
control de la cabeza. El sujeto será colocado de
espalda, las extremidades se deben sujetar con ambas
manos proximalmente a las dos articulaciones distales
(codo y muñeca). Se podrá sujetar con correas entre dos
puntos (brazos y piernas contralaterales) o cinco puntos
(extremidades y cintura) según la intensidad del cuadro.
La cabeza se colocará ligeramente incorporada para
evitar aspiraciones, dejando descubierto parte del tórax
para supervisar respiración. Los sujetadores de cuero se
deben aflojar cada 15 minutos para prevenir
complicaciones vasculares.
Es
imprescindible registrar minuciosamente en la historia
clínica todos los motivos y circunstancias que motivaron
el procedimiento de contención. Ante un cuadro de
violencia extrema, la inmovilización debe ser realizada
por personal de seguridad o policial. Para el
seguimiento del paciente inmovilizado se deber aflojar
periódica o rotatoriamente las ataduras, controlar
signos vitales, al menos cada 30 minutos, asegurar
correcta hidratación, vigilar vía aérea e higiene, y si
va a ser prolongada, consultar con clínica médica sobre
necesidad de anticoagulación.
3-
Evaluación del paciente:
el proceso debe ir
encaminado a encuadrarlo en uno de los tres grupos
etiológicos citados, y en especial, a descartar lo más
rápido y eficazmente posible las causas que puedan
suponer un riesgo vital para el paciente.
El
proceso está conformado por:
·
Historia clínica: intensiva anamnesis, recopilación de información de todas las fuentes
disponibles, meticulosa y detallada enfermedad actual,
consignando los diversos acontecimientos en el
tratamiento, los fundamentos de las decisiones adoptadas
y el tratamiento instituido.
·
Examen del estado mental:
prestando especial atención a los trastornos de la
conciencia, evaluando para ello apertura ocular, habla y
movimientos, tanto espontáneos, como respuestas a
estímulos.
·
Examen físico y
neurológico:
esenciales en pacientes con trastornos psiquiátricos
agudos, y en especial, en el debut.
·
Laboratorio y otras
pruebas diagnósticas:
si bien la sospecha clínica orienta de alguna manera el
pedido de exámenes complementarios, parece razonable
solicitar de rutina: hemograma completo, glucosa, urea,
creatinina, electrolitos, calcio iónico, hepatograma,
análisis de orina completa, y de acuerdo a las
circunstancias, tóxicos en sangre u orina, niveles
séricos de fármacos, serología, estudios por imágenes,
etc.
4-
Tratamiento farmacológico:
se utiliza en la mayoría
de las situaciones, más allá de las medidas citadas
anteriormente. En general se inicia cuando los abordajes
anteriores no son posibles o son dificultosos (por
ejemplo agitación en el paciente confuso o psicótico), o
cuando resultan insuficientes.
El
tratamiento farmacológico del paciente agitado resulta
complejo. En primer lugar, la necesidad de una rápida
estabilización sintomática limita la posibilidad de
arribar a un diagnóstico etiológico previamente a la
intervención (Elenitza, 2004), con los
consiguientes riesgos de prescribir en un contexto
clínico incierto. En segundo término, el ámbito
de la emergencia dificulta las investigaciones clínicas,
lo cual nos enfrenta ante la relativa escasez de
evidencia empírica que guíe nuestra práctica. Las
conductas terapéuticas para el manejo de la EPM, por lo
tanto, presentan una gran variabilidad. Consideraremos
dos aspectos fundamentales que inciden en la decisión
del abordaje terapéutico: la vía de administración a
utilizar; y la elección de la/s droga/s de acuerdo a la
presunción diagnóstica y perfil de efectos adversos.
·
Vías de administración:
ü
La vía endovenosa es sin dudas la de más rápida
acción, pero su uso depende de que el estado del
paciente permita su aplicación, y de que se cuente en la
sala con el personal entrenado y el instrumental
necesario para implementarla y monitorear sus posibles
complicaciones (Elenitza, 2004; Rodríguez Marañón y
col, 2004).
ü
La vía intramuscular combina los beneficios de
una fácil aplicación y un relativamente rápido inicio de
su acción terapéutica, por lo cual continúa siendo en
nuestra práctica la vía más utilizada.
ü
Si bien los consensos actuales aconsejan siempre ofrecer
en primer lugar una medicación por vía oral
(Allen y col, 2005; Lukens y col, 2006), es muy
frecuente que esto se vea imposibilitado por la falta de
cooperación del paciente. Asimismo, estas
recomendaciones se apoyan principalmente en la
existencia de formulaciones orales de inicio de acción
más rápido (soluciones, comprimidos sublinguales o
comprimidos orales de desintegración rápida), no siempre
disponibles en nuestro medio hospitalario. Por último,
en el estudio de Pascual y col (2006), es notable
que si bien el 52 % de los pacientes aceptó la
medicación oral, una segunda intervención fue necesaria
en el 44 % de los casos, contra un 19 % de los que
recibieron medicación intramuscular. Por lo tanto, la
elección de esta vía para el tratamiento de la EPM
debería considerar estas limitaciones y los riesgos
inherentes a la severidad de la agitación en cada caso
particular.
·
Elección de la/s droga/s:
Con
pocas excepciones, los grupos farmacológicos
habitualmente prescriptos para el tratamiento de la EPM
son las benzodiazepinas (BZD) y los antipsicóticos
típicos (AT) y atípicos (AA). No obstante, tanto en la
práctica diaria como en las publicaciones, no existe un
consenso unánime sobre las drogas específicas o su
dosificación.
Distinguiremos, a los fines de la elección de las
drogas, tres tipos de EPM, en base a la presunción
diagnóstica realizada con las limitaciones de la
evaluación en urgencias: la EPM relacionada con
sustancias de abuso, la EPM secundaria a enfermedad
médica, y la EPM en el contexto de un trastorno
psiquiátrico primario, punto en el cual nos
explayaremos.
-EPM
relacionada con sustancias de abuso:
Las
benzodiazepinas serán de elección cuando se
sospechen abstinencia por benzodiazepinas y/o alcohol, o
intoxicación con estimulantes (cocaína, anfetaminas),
por sus beneficios específicos y su seguridad (Rodríguez
Marañón y col, 2004; Elenitza, 2004; Allen y col,
2005). Deberán evitarse en el caso de que exista
intoxicación por cualquier sustancia sedativa,
prefiriéndose en estos casos los AT (Elenitza, 2004)
El uso
de AT para el tratamiento del delirium tremens podría
ser indicado, en combinación con BZD, para los casos
severos que no respondan al tratamiento inicial, pero
algunos autores han señalado que puede aumentar la
duración del cuadro y su mortalidad (Mayo-Smith y
col, 2004)
-EPM
secundaria a enfermedad médica:
El AT
haloperidol es considerado el tratamiento de elección
por varios autores, por su probada efectividad en los
casos de delirium, la escasa afectación del umbral
convulsivo en los casos de daño cerebral, y su relativa
seguridad en enfermos severos como insuficientes
cardíacos o renales, o EPOCs (Rodríguez
Marañón y col, 2004; Allen y col, 2005; Chevrolet y
Jolliet, 2007).
Las benzodiazepinas
serían la opción más adecuada si hay un diagnóstico
previo de epilepsia, si bien el uso de haloperidol en
esos casos no está contraindicado (Rodríguez
Marañón y col, 2004).
-EPM
en trastornos psiquiátricos primarios:
Para
la agitación en el contexto de un trastorno
psiquiátrico primario, en ausencia de síntomas
psicóticos, las benzodiazepinas serán suficientes, por
vía oral o intramuscular (Rodríguez
Marañón y col, 2004; Allen y col, 2005).
Si el cuadro se acompaña de síntomas psicóticos, los
antipsicóticos estarían específicamente indicados, solos
o en combinación, aunque luego señalaremos algo respecto
de las benzodiazepinas.
En
nuestro medio los AT son los más utilizados, como lo
prueba un estudio retrospectivo de Mizrahi y Iannantuono (2000), que los encontró
en el 84% de las prescripciones, generalmente en
combinación, aunque sin un patrón regular. Los AA
(especialmente risperidona, olanzapina y ziprasidona),
restringidos en nuestro medio por su alto costo, crecen
en uso en otros países, tal como lo prueban estudios
descriptivos (Pascual y col 2006), y las últimas
revisiones y consensos (Allen y col, 2005; Yildiz y
col 2003; Lukens y col 2006).
No
obstante, las ventajas de los AA se ven con respecto a
sus menores efectos adversos extrapiramidales, y no a
una mayor eficacia. Los efectos adversos
extrapiramidales pueden minimizarse utilizando dosis bajas de AT, o
potenciando su efecto con el agregado de una BZD. La
combinación de haloperidol y lorazepam por vía
intramuscular es sinérgica, con baja incidencia de
efectos extrapiramidales, y sigue siendo una opción de
primera línea para el tratamiento de la EPM en el
contexto de un trastorno psiquiátrico (Allen y col,
2005; Yildiz y col 2003; Lukens y col 2006), además
de encontrarse disponible en nuestro medio.
Por
último, haremos mención a una interesante serie de
ensayos clínicos realizada en Brasil e India, que
consideramos importante por su aplicabilidad a la
realidad de nuestra práctica. Luego de que un estudio
descriptivo en hospitales psiquiátricos públicos de Río
de Janeiro (Huf y col, 2002) mostrara que la EPM
era tratada en el 83% de los casos con la combinación
haloperidol/prometazina (5-10/25-50 mg) por vía
intramuscular, se comparó esta opción con las
administraciones intramusculares únicas de midazolam
(TREC Collaborative Group, 2003); lorazepam
(Alexander y col, 2004); haloperidol
(Huf y col 2007); y olanzapina (Raveendran y col
2007). Los resultados mostraron que la combinación
de haloperidol y prometazina es superior al haloperidol
solo, tanto por su mayor rapidez de acción, como por la
menor incidencia de extrapiramidalismo. Además,
comparada con olanzapina, la combinación requirió menor
frecuencia de nuevas dosis, sin presentar diferencias en
los efectos adversos. Cuando se la comparó con las
benzodiazepinas solas, ambas resultaron igualmente
eficaces, aún con un alto número de psicosis en la
muestra. La combinación actuó más rápido que el
lorazepam (4mg), pero más lento que el midazolam (15 mg).
Podríamos concluir que aún en casos de síntomas
psicóticos las benzodiazepinas solas pueden ser una
opción válida en la EPM, y que la combinación
haloperidol/prometazina resulta racional por su
efectividad, bajo costo y pocos efectos adversos, si
bien no fue probada contra la combinación haloperidol/lorazepam.
A
continuación haremos una descripción de las formas de
uso de los medicamentos más utilizados en nuestro medio.
Recomendamos al lector tener en cuenta los términos
citados con anterioridad.