Dossier de diciembre: La normalización de variables
fisiológicas en procesos agudos y críticos.
Dr. Juan Carlos Pendino.
El hecho de intentar normalizar las variables
fisiológicas que se ven alteradas en las enfermedades
críticas parece tener sentido común, aunque este tipo de
estrategias no siempre es apropiado. Mientras que la
regla general es que si existen anormalidades
fisiológicas, casi siempre nos encontramos en presencia
de enfermedad, eso no significa que una variable
fisiológica anormal necesariamente genere un daño.
Hace algunas décadas, Shoemaker enfatizó el hecho
de que la sepsis se caracterizaba por patrones
hemodinámicos que se sucedían en forma similar en
diferentes momentos de su evolución. Por lo tanto, este
es un ejemplo de proceso crítico agudo con bastante
predictibilidad en cuanto sus diferentes alteraciones
fisiológicas. El intento de corregir estas variables
(incluidas aquellas “no medidas habitualmente” como la
saturación de oxígeno en sangre venosa central) en un
momento determinado de su evolución puede tener un
impacto en el desenlace del proceso.
La severidad de un determinado proceso patológico se
puede calcular a partir de cuan apartada se encuentre
una variable fisiológica del rango normal. Esto
constituye la base para la generación de scores
de gravedad lo suficientemente validados como para que
determinen el pronóstico de una enfermedad, no solo al
comienzo de la misma sino también durante la evolución
de ésta. Por otra parte la tendencia a que un
determinado parámetro fisiológico se normalice puede ser
la principal evidencia para establecer que existe una
mejoría del proceso subyacente.
Si bien todo lo antedicho parece descansar sobre una
base racional, esto no siempre es así. Un claro ejemplo
al respecto lo constituye el ensayo efectuado en
pacientes con shock séptico cuando fueron tratados con
un inhibidor de la óxido nítrico sintasa donde se
observó que si bien algunas variables fisiológicas
mejoraban y se revertía el shock, aumentaba la
mortalidad del grupo tratado fundamentalmente debido a
causas cardíacas.
Es conocido por la comunidad médica el hecho que llevar
determinadas variables fisiológicas a valores
“supranormales” puede no ser aconsejable, pero no está
completamente asumido que llevar algunas otras a valores
normales puede generar problemas.
Nunca es suficiente corregir una variable fisiológica
alterada, siempre es necesario conocer la causa que
motivó dicha alteración. En muchas oportunidades es de
rigor intentar corregir en forma inmediata trastornos
tales como la hipoxemia, ya que puede poner en riesgo la
vida con rapidez independientemente que la causa que
originó la misma puede estar dado por numerosas razones.
Otro tanto puede suceder cuando se corrigen las
variables fisiológicas que se encuentran fuera de un
rango normal como sucede en el shock pudiendo pasar
inadvertidas las causas que lo provocaron. Sin embargo,
en el caso del trauma, la corrección del proceso
subyacente dependerá de la situación del paciente. Este
es el caso del denominado control del daño, estrategia
difundida desde hace un tiempo principalmente en el
trauma abdominal exanguinante, donde se pretende a
través de una rápida laparotomia un control de la
hemorragia y de la contaminación: reparación vascular,
colocación de packing para el sangrado no mecánico (“coagulopatía”)
y evitar la contaminación por cierre del tubo digestivo
(no anastomosis ni ostomías). Los enfoques tradicionales
para la resucitación con fluidos se basan en el aumento
de la presión hidrostática para restaurar la perfusión
tisular, no obstante, esta estrategia puede
desestabilizar coágulos y provocar fenómenos de
isquemia-reperfusión. Por esa razón, en algunos casos se
sugiere mantener un valor de presión arterial sistólica
entre 80-90 mmHg, con control concomitante de función de
órganos hasta que se repare definitivamente la causa de
la hemorragia. Por cierto, esos valores de presión
arterial, distan de constituir cifras de normalidad. Por
último, se procederá si el paciente se encuentra estable
a una segunda reintervención para intentar una solución
definitiva de las lesiones presentes. Otra situación
donde se ha sugerido mantener la hipotensión para evitar
un nuevo sangrado se puede dar en el contexto de la
ruptura de un aneurisma de aorta abdominal.
El riesgo de efectos deletéreos sobre algunos
procedimientos comunes para mejorar variables
fisiológicas se puede ejemplificar en lo aprendido con
las transfusiones de sangre para elevar los valores de
hemoglobina y de esa forma aumentar el transporte de
oxígeno (DO2). Se observó que el consumo de oxígeno
(VO2) medido en forma directa no incrementaba con la
transfusión y que ocurría un disbalance entre DO2 y VO2.
La disfunción de eritrocitos de sangre de banco, las
reacciones mediadas por leucocitos o las relacionadas
con el exceso de fluidos pueden llevar a una evolución
desfavorable a estos pacientes y justificar porque está
práctica ha sido cuestionada.
La pretensión de normalizar la PaCO2 en
pacientes con SDRA puede no ser tan inteligente. Aquí,
la ventilación mecánica a expensas del uso de altos
volúmenes tidal (VT) produciría, bajo determinadas
condiciones, el denominado “volutrauma” que predispone a
la injuria pulmonar inducida por la ventilación mecánica
(VILI acrónimo del inglés de Ventilator – Induced
Lung Injury) cuando se ventila a pacientes con VT >
de 6 ml/kg de peso teórico. Durante muchos años el
objetivo del tratamiento ventilatorio en SDRA fue el de
mantener un intercambio gaseoso adecuado mientras que en
la actualidad se sugiere como meta, además de una
adecuada oxigenación, mantener presiones transpulmonares
(la diferencia entre el valor de la presión en la vía
aérea y la presión pleural) y VT bajos, circunstancias
donde la hipercapnia es permitida hasta cierto punto.
Otro ejemplo frecuente es intentar normalizar valores
gasométricos en pacientes ventilados cuando sus cifras
basales no son normales, como puede ocurrir en pacientes
con enfermedades pulmonares crónicas que son
retenedores de CO2 . Por lo tanto es
innecesario pretender llegar a objetivos de normalidad
en lo que a gases en sangre se refiere en pacientes con
enfermedades respiratorias crónicas con valores
gasométricos “crónicamente anormales”.
Con respecto a variables cuyos valores normales se
modifican con la edad, recordemos el ejemplo de la PaO2.
Los valores de PaO2 a los 20 años de edad
son de aproximadamente 99,75 mmHg y a los 70 años
disminuyen a 80,25 mmHg en sujetos no fumadores y con
pruebas de función pulmonar normales. La razón de esto
se explica por alteraciones en la relación V/Q. Por lo
tanto, la edad es un punto a considerar cuando se
manejan variables fisiológicas.
Otra cuestión a tener en cuenta es la rapidez con la
cual se intenta corregir una anormalidad fisiológica, ya
que puede tener graves consecuencias cuando se intenta
normalizar rápidamente cuadros tales como la
hiponatremia o la cetoacidosis diabética, debido a los
respectivos riesgos de mielinolisis pontina y
desarrollo de edema cerebral.
Además, alteraciones en variables tan comunes como la
temperatura (Tº), el pH y la osmolaridad parecería que
no siempre es necesario corregirlas. Por ejemplo,
pequeños cambios en el pH tienen efecto de
retroalimentación negativa en la producción de ácidos y
en algunos estudios experimentales se comunicó que el
aumento de la Tº que ocurría durante infecciones
bacterianas es esencial para un adecuado funcionamiento
del sistema inmune.
La intención de mantener valores de glicemia entre 80 y
110 mg/dl constituyó uno de las premisas en el
tratamiento de pacientes críticos. Sin embargo, de
acuerdo a un reciente estudio, se ha reportado un
aumento de la mortalidad en pacientes tratados con
insulina en forma intensiva. Por lo tanto parece
prudente no establecer como meta la normoglicemia en
pacientes críticos.
La disfunción orgánica múltiple (DOM) es un estado que
se caracteriza por una alteración homeostática que
provoca trastornos en la función de diferentes órganos
en situaciones de severo stress como la sepsis, el
trauma o la pancreatitis. Esta situación, la DOM, se
origina como consecuencia de trastornos en la
microcirculación o de disfunción mitocondrial que
provocan un déficit en la oxigenación celular con el
consiguiente daño tisular y pudiera considerarse un
estado adaptativo de hipometabolismo e inmunosupresión.
Se produciría una suerte de “desconexión metabólica”,
similar a las que ocurrirían en otros ejemplos de la
biología como es la hibernación donde se asume este
estado mientras las condiciones de sobrevida no estén
garantizadas.
En la fase crónica de las enfermedades agudas, un nivel
de tri-iodo-tironina (T3) bajo puede constituir un
mecanismo adaptativo que impide el hipercatabolismo. Se
postula que en los pacientes críticos puede haber un
hipotiroidismo central transitorio.
Una situación de interés es el de la depresión
miocárdica durante la sepsis. Las etapas iniciales de la
misma se caracterizan por altos niveles de catecolaminas
con el consiguiente aumento de la frecuencia y de la
contractilidad cardíaca con la finalidad de satisfacer
las demandas energéticas. A medida que la sepsis
progresa, si ocurre un disbalance entre aporte y
utilización de energía, el miocito puede sufrir daño,
hecho evidenciado en el aumento de los niveles séricos
de troponina. Como mecanismo adaptativo, se destaca la
subregulación de los receptores β en el miocardio lo que
lleva a una atenuación en la respuesta adrenérgica y la
consiguiente situación de un estado símil-hibernación.
Una vez que el cuadro evoluciona en forma favorable, la
célula miocárdica retorna a un estado de normalidad.
Esto tiene su correlato terapéutico, ya que incrementar
la contractilidad cardíaca con drogas inotrópicas
(agonistas β1) como la dobutamina, puede ser inapropiado
una vez pasadas las etapas iniciales de la sepsis. A tal
punto parece ser esto una cuestión de importancia, que
hay algunos autores que proponen la
“descatecolaminización” en presencia de depresión
miocárdica por sepsis, con bloqueantes de los receptores
β1.
Otro mecanismo adaptativo parece ser el descripto en las
anemias del paciente crítico, que comparte bases
fisiopatológicas similares a lo que ocurre en la anemia
de las enfermedades crónicas. El efector de esta
respuesta es la hepcidina, una proteína que regula el
metabolismo del hierro (Fe). Los mecanismos mejor
estudiados se relacionan con el secuestro del Fe en los
macrófagos, pero además se destacan la inhibición de la
síntesis de eritropoyetina (EPO), la menor vida media de
los eritrocitos y la apoptosis de los precursores
eritroides en la médula ósea. Hay evidencias que la
hipoferremia es un mecanismo de inhibición del
crecimiento de microorganismos. Tal vez esto explique
porque las transfusiones y el tratamiento con EPO en los
pacientes críticos no hayan demostrado beneficio alguno
e incluso riesgos asociados a su uso.
Por último, aunque no menos importante, debe destacarse
la sucesión de errores que pueden suceder a partir de
una variable fisiológica inadecuadamente medida.
Citaremos a modo de ejemplo la medición de la presión
venosa central o de la presión de enclavamiento de la
arteria pulmonar, que si son realizadas en forma
equivocada pueden llevar a la toma de conclusiones
terapéuticas erróneas.
Seguir principios fisiológicos no es lo mismo que
normalizar variables fisiológicas. Muchas estrategias
terapéuticas están basadas en el monitoreo de algunas de
estas variables y los tratamientos ajustados a la
evolución de las mismas, aunque normalizar las variables
fisiológicas en procesos agudos y críticos no parece ser
siempre razonable, como hemos visto. Este es el
principal mensaje que quiero transmitirles.
Dr. Juan Carlos Pendino
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