Introducción
Hace menos de ochenta años, en 1931, White PD
aseveraba en su libro Heart Disease: “El
tratamiento de la hipertensión por sí misma es una
difícil y casi desesperada tarea según nuestros
conocimientos actuales, pero de hecho podría tratarse de
un importante mecanismo de compensación el cual no
debería ser manipulado aún si tuviéramos la certeza de
poder controlarla” (1). El mismo autor, pero veinte años
más tarde y en la cuarta edición del mismo libro
escribió: “El tratamiento de la hipertensión continúa
siendo una difícil tarea con nuestros conocimientos
actuales, pero importantes estudios en progreso ofrecen
mucha esperanza para el futuro”.
Hoy en
día y tras numerosos estudios nadie duda de los
beneficios que conlleva el descenso de los niveles
elevados de presión arterial. Las discusiones se centran
ahora principalmente en definir cuánto es “elevado”, y
qué droga o combinación de ellas utilizar para intentar
normalizar estos niveles. Si bien mucho podría
escribirse respecto al primer punto, el objetivo del
presente es intentar analizar los conocimientos actuales
para responder al segundo interrogante.
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