Tratamiento antihipertensivo y nuevos casos de diabetes
Las
primeras alusiones al empeoramiento del control de la
diabetes con el uso de ciertos fármacos
antihipertensivos datan de principios de los años ´60
(11). Esta observación fue luego reforzada por diversos
estudios que demostraron un incremento de los niveles de
glucosa en sangre a lo largo del seguimiento de
pacientes con diferentes regímenes antihipertensivos.
Entre los participantes del ALLHAT clasificados
como no diabéticos (glucosa <126 mg/dl) al inicio del
mismo, luego de 4 años de seguimiento se reportó una
incidencia de nuevos casos de diabetes del 11,6% para
los asignados a clortalidona, 9,8% en el grupo de
amlodipina y 8,1% para los que recibían lisinopril. Si
bien estas diferencias pueden parecer pequeñas, son
estadísticamente significativas (lo cual permite
descartar con razonable certeza que dicho hallazgo sea
“fortuito”) y representan una reducción de riesgo
relativo (RRR) de desarrollar diabetes del 30% con el
uso de IECAs comparado con tiazidas, y del 17% comparado
con calcioantagonistas (12). Por otro lado debe tenerse
en cuenta que los pacientes asignados a los grupos de
amlodipina y lisinopril, para lograr los objetivos de
presión arterial preestablecidos, recibían
simultáneamente drogas con probado efecto deletéreo
sobre el metabolismo de la glucemia (4) (como
β-bloqueantes),
con lo cual es plausible suponer que las diferencias en
el desarrollo de nuevos casos de diabetes entre fármacos
de estas familias utilizados individualmente sean aún
mayores.
De igual
modo, el CAPPP también demostró superioridad de
un IECA (captopril) sobre tiazidas y/o
β-bloqueantes
en la prevención de nuevos casos de diabetes (12). Por
no contar con un grupo tratado con placebo o “control”
se discute si las diferencias encontradas en el estudio
se deben a beneficios del captopril, o a efectos
deletéreos de los otros fármacos utilizados. Sin embargo
en el estudio HOPE (12), donde los pacientes eran
asignados a recibir ramipril o placebo, el desarrollo de
nuevos casos de diabetes fue estadísticamente
significativo menor con IECAs, lo cual nos hablaría de
un efecto protector. Lamentablemente el análisis de este
tópico no era un punto final primario ni secundario,
sino que fue producto de un análisis “pos-hoc”, lo cual
debilita en cierto modo el valor de tal observación.
Con el
fin de agrupar la evidencia disponible sobre el tema,
numerosos meta-análisis se han realizado a partir de los
resultados de los estudios primarios (11, 12, 14, 15,
16, 17, 18). Pero el principal problema con el que nos
encontramos al analizar la relación entre diferentes
fármacos antihipertensivos y nuevos casos de diabetes
radica en que, no sólo algunos estudios no han evaluado
este parámetro, sino que la mayoría de los datos
disponibles derivan de estudios en los que los análisis
se realizaban luego de finalizados los mismos
(“pos-hoc”), o en el mejor de los casos eran un punto
final secundario del estudio. En otras palabras, estos
estudios sobre hipertensión no fijaron como punto final
primario analizar la relación del tratamiento instaurado
con los nuevos casos de diabetes ocurridos durante el
mismo, con lo cual el “poder” del estudio no era máximo
para evaluar dicha relación entre las variables en
juego. Pese a esto se han realizado varios meta-análisis
intentando dilucidar la relación entre estas drogas y
los nuevos casos de diabetes.
Meyer y Elliot
(11) en
su meta-análisis publicado en enero de 2007 encontraron
que los antagonistas de receptor de angiotensina (ARA)
eran los antihipertensivos con menor asociación a
desarrollo de diabetes, siendo seguidos por los IECAs,
ambos con una incidencia menor que la hallada con
placebo. Los antagonistas cálcicos se asociaban a un
desarrollo de nuevos casos de diabetes ligeramente
superior al placebo, pero menor que los
β-bloqueantes. Por
último las tiazidas se asociaron al mayor desarrollo de
nuevos casos de diabetes. Este trabajo fue objeto de dos
críticas (20, 21). La primera cuestionó la técnica del
meta-análisis utilizada, y propuso otro método a través
del cuál si bien las familias de fármacos permanecían en
la misma ubicación, los resultados para IECA y
antagonistas cálcicos resultaban estadísticamente no
significativos (ya que su intervalo de confianza –IC-
atravesaba la unidad). Los ARA permanecían siendo
beneficiosos, y tanto los
β-bloqueantes como las tiazidas seguían aumentando el riesgo
de nuevos casos de diabetes. Al rehacer sus cálculos con
el nuevo método los autores arribaron a idénticos
resultados. La segunda crítica (21) sugirió que el
resultado desfavorable que obtuvieron los
β-bloqueantes
y las tiazidas se debió a las altas dosis usadas
originalmente, que actualmente se han reducido. Si bien
este es un potencial factor de confusión debemos
recordar que el ALLHAT utilizó dosis bajas de
clortalidona (12,5–25 mg/día) y sin embargo los nuevos
casos de diabetes comunicados por este estudio de
enormes dimensiones fue francamente superior al
observado en los otros brazos del estudio.
Otro
meta-análisis publicado también en el 2007 (18) encontró
beneficio en los regimenes que incluían un IECA. Así, el
riesgo global de desarrollar nuevos casos de diabetes
fue 10% menor en regímenes con IECA, que los sin ellos.
Usado en monoterapia los IECA se asociaron a menor
desarrollo de nuevos casos de diabetes que los otros
tratamientos. Un dato interesante es que, comparados con
la monoterapia, los pacientes bajo regímenes con dos
drogas presentaban mayor riesgo de desarrollar diabetes,
y quienes recibían tres o más drogas padecían un riesgo
aún mayor. Además, las combinaciones dobles donde se
utilizaba un IECA presentaban menor riesgo que las
otras. Es de destacar también que el índice de masa
corporal (IMC) al inicio del tratamiento fue la variable
más fuertemente asociada con el desarrollo ulterior de
nuevos casos de diabetes (18). Esta misma observación
fue remarcada en un meta-análisis sobre
β-bloqueantes (17), donde los autores refirieron que, según
sus hallazgos, los mayores predictores de desarrollo de
nuevos casos de diabetes en sujetos tratados con dichos
fármacos se relacionaban con el IMC y las alteraciones
en el metabolismo de la glucemia al comienzo del
tratamiento, y con la falta de respuesta a esas drogas.
En los
meta-análisis que estudiaron solamente el efecto de los
inhibidores del sistema renina-angiotensina (12, 14)
tanto los IECA como los ARA resultaron francamente
superiores a los controles en la reducción de nuevos
casos de diabetes. Incluso más, estos estudios
analizaron el efecto no sólo en sujetos hipertensos,
sino también en pacientes con insuficiencia cardíaca que
debían recibir tales fármacos. Los resultados fueron
similares y consistentes entre ambos grupos de
pacientes, con la particularidad de que en ambos
meta-análisis los IECA aventajaban mínimamente a los
ARA.
De
acuerdo a las evidencias disponibles los inhibidores del
sistema renina-angiotensina poseen un favorable efecto
sobre el metabolismo de la glucemia. Si bien se
desconoce cuál es el verdadero mecanismo fisiológico que
explicaría este hallazgo clínico, múltiples hipótesis se
han planteado (15, 22, 23). Entre ellas, una de las que
mayor aceptación posee, es la que postula que los
“antiguos” antihipertensivos, tiazidas y
b-bloqueantes, causarían una reducción en el flujo sanguíneo
hacia el músculo liso, debido a una reducción en el
volumen sanguíneo y en la expulsión de sangre por el
corazón, o a un bloqueo en los receptores
b2
respectivamente. En cambio, los “nuevos”
antihipertensivos (IECA, ARA y calcio antagonistas) al
provocar vasodilatación mejorarían la llegada de
insulina al músculo esquelético. Sin embargo, debido a
las diferencias halladas entre ellos (menores casos de
diabetes asociados a IECA o ARA que a calcio
antagonistas) es lógico pensar que éste no sea el único
mecanismo interviniente (15). Así, de todas las
hipótesis planteadas otra que posee considerable peso es
la que relaciona, además, estos cambios al metabolismo
del potasio (24). Esto podría explicar no sólo el efecto
protector de los IECAs y los ARA, sino también el efecto
deletéreo de las tiazidas. De todas maneras, es
importante remarcar que más allá de cual sea el
mecanismo que explique el efecto en la reducción de
nuevos casos de diabetes con la administración de IECA o
ARA, éste se logra independientemente de la reducción en
los niveles de presión arterial (22).
Ahora
bien, pese a todo lo anteriormente expuesto, hay quienes
plantean que los casos de “nueva diabetes” asociados a
la ingesta de estos fármacos en realidad sólo es un
aumento “cosmético” (25) en los niveles de glucemia
plasmática, sin ningún tipo de efecto adverso
cardiovascular. Incluso los autores del ALLHAT en
sus conclusiones señalan que, si bien el grupo de
pacientes asignados a clortalidona tuvieron niveles de
colesterol más elevados, mayor incidencia de hipokalemia
y mayores casos de “nueva diabetes” esto no se vio
reflejado en aumento de eventos cardiovasculares o
mortalidad por cualquier causa (4). Si bien es cierto
que no se ha informado aumento de la morbimortalidad en
los estudios que compararon la efectividad de fármacos
antihipertensivos entre sí, el seguimiento de éstos, en
el mejor de los casos, no supera los 8 años. Entonces,
si atendemos a que los nuevos casos de diabetes se
producen a lo largo del tratamiento, y en promedio el
seguimiento de los pacientes en la mayoría de los
estudios utilizados al argumentar esta falta de
correlación es menor a 5 años, es muy corto el lapso a
lo largo del cual los pacientes son observados como para
detectar si estos aumentos en los niveles de glucosa en
sangre se traducirán en aumento de la morbimortalidad,
como bien han argumentado numerosos autores (25, 26,
27). Por otro lado, algunos trabajos con seguimiento a
largo plazo (28, 29, 30) encontraron que los pacientes
que desarrollaban diabetes como consecuencia del
tratamiento antihipertensivo alcanzaban un riesgo
similar al que poseían los pacientes diabéticos antes de
comenzar el estudio, o al menos, presentaban un riesgo
considerablemente mayor que quienes permanecían con sus
niveles de glucemia dentro de los parámetros
considerados normales (25, 26, 28, 29, 30). Sin embargo,
debemos mencionar que se han publicado también artículos
que manifiestan exactamente lo contrario, es decir, que
si bien el tratamiento a largo plazo con tiazidas se
asocia a desarrollo de nuevos casos de diabetes, los
sujetos bien controlados (tanto sus niveles de presión
arterial, como su glucemia) no presentarían mayor riesgo
cardiovascular, e incluso este sería menor que quienes
desarrollan nuevos casos de diabetes estando asignados a
un grupo placebo (32).
Ahora
bien, otro punto a tener en cuenta respecto al
desarrollo de nuevos casos de diabetes, especialmente
con tiazidas, es que uno de los argumentos esgrimidos
por los autores del ALLHAT y sus defensores (4,
6, 9) en favor de dicho grupo fue que clortalidona logró
mantener el control de la presión arterial durante más
tiempo como monoterapia. Esto no es un dato menor, ya
que el cumplimiento del régimen terapéutico impuesto a
un paciente suele relacionarse directamente con el menor
número de drogas empleadas, así como con la simplicidad
del régimen. Sin embargo, esta ventaja potencial se
diluye y hasta se volvería contraproducente si el mismo
fármaco que nos permite en un primer momento ser
utilizado como monoterapia es causa de diabetes en el
paciente, puesto que esta condición implicará un aumento
en el número de drogas administradas y consultas médicas
más frecuentes.
Otro de
los argumentos esgrimidos para restar importancia a la
aparición de nuevos casos de diabetes en pacientes
hipertensos, es que en dicho estudio no se observó
asociación estadísticamente significativa con “end point”
duros como mortalidad y eventos vasculares no fatales.
Ahora bien, existen otros estudios como el de Alegren
T et al (29) con un seguimiento de 28 años que ha
observado mayor mortalidad en pacientes que desarrollan
nuevos casos de diabetes con respecto a aquellos que no
la desarrollan, aunque menor mortalidad respecto a los
pacientes ya diabéticos al inicio del estudio; o el
estudio de Dunder K et al
(30) el cual
relacionó el aumento en la incidencia de infarto
agudo de miocardio con el incremento de la glucemia en
pacientes tratados con antihipertensivos.
Es
opinión de los autores, que si bien el ALLHAT no
demostró aumento de eventos duros en “nuevos casos de
diabetes”, quizá un seguimiento más prolongado pudiera
demostrarlo. Coincidimos que lograr un adecuado control
de presión arterial acarrea ventajas indiscutibles, pero
en la elección del fármaco a utilizar no debiéramos
desconocer la posibilidad de desarrollar “nuevos casos
de diabetes”, cuestión aunque con evidencia científica
contradictoria, nunca es beneficioso para nuestros
pacientes, especialmente aquellos jóvenes con larga
expectativa de vida donde es lógico pensar que
aparecerían las complicaciones asociadas a la diabetes.
Podemos agregar además, el impacto que pudiera producir
en la calidad de vida y los costos de salud, entre otros
puntos no analizados.
Por
último, podemos plantearnos al analizar los estudios que
evalúan la prevención de nuevos casos de diabetes con el
empleo de IECAs que el efecto real es muy pequeño, ya
que la cantidad de pacientes a tratar (NNT) para
prevenir un nuevo caso es elevada. Así, Abuissa et al
(16) observa en su meta-análisis que con el uso de
IECA o ARA se reducirían los nuevos casos de diabetes de
17,4 a 14,3 por cada 1.000 pacientes tratados por año.
Por otro lado, Scheen (12, 23) manifiesta en su
meta-análisis (12) que el NNT para prevenir un nuevo
caso de diabetes sería de 45 pacientes a lo largo de un
período de 4 a 5 años. Si bien esto es cierto, no
debemos dejar de tener presente que el objetivo
primordial del tratamiento con IECA o ARA es la
reducción de la presión arterial y que la prevención de
los nuevos casos de diabetes es un beneficio adicional,
importante, pero secundario. Pero al ser la hipertensión
una enfermedad tan prevalente y que implica tratamiento
farmacológico prolongado, este beneficio aparentemente
pequeño podría incrementarse considerablemente. |
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